domingo, diciembre 02, 2007

La felicidad, como la fama, es emífera



Estoy pasando por un momento de profunda nostalgia por todo lo que he perdido y recurro, para sentirme más miserable aún, a mis archivos escritos de mejores épocas.
Comienzo el ejercicio –y me quedo pegada ahí- en lo que era mi vida hace justo dos años. Tenía entonces un trabajo que adoraba, un precioso departamento que era mi hogar, mis hijos vivían felices con su hasta entonces decente padre y yo me rendía lentamente al amor del hombre más exquisito que he conocido en este mundo. Era feliz.
Sin embargo, no fui lo suficientemente adulta como para conservar esa felicidad. Perdí mi trabajo, tuve que dejar mi departamento y he estado constantemente haciendo méritos para perder al hombre que amo.
Idiotizada por el interés que desperté en ciertos especimenes difíciles de catalogar, me dejé seducir y lo dañé, dañándome, de paso, a mí misma. Falté a mi propósito de cuidarlo por quienes ni siquiera valían la pena el riesgo, que ningún cheque en blanco sería capaz de cubrir.
Me aferré a un personaje lastimero que me mantuvo atada a su afecto por la compasión, al que insistí en defender, en desmedro de los sentimientos de mi Caballero Andante -que no es otro que mi gato- porque creía que era una buena persona. He buscado – y encontrado- muchas excusas para mi comportamiento, pero ninguna la logrado hacerme sentir menos miserable. Confundí mis lealtades subestimando los efectos y le fui robando el encanto de su inocencia, principal virtud que me hizo enamorarme de él.
Le he hecho más daño del que debía soportar y sigo pidiéndole que crea en mí, con mi línea de crédito de confianza absolutamente sobregirada. Además de los intereses, he debido pagar con que no se me crea una sola palabra cuando digo la absoluta verdad.
Recientemente, y por un hecho que desearía que tanto él como yo pudiéramos olvidar, comprendí de una sola vez que era imposible pedirle más amor y paciencia a mi amado, sólo porque me puse en sus zapatos. Violé su privacidad de la misma forma que detestaba que hiciera con la mía, porque una nefasta corazonada me impelió a hacerlo, e intervine en su mundo particular.
Me he convertido en este proceso en todo lo que desprecio y sé que ya no puedo volver atrás para recuperar aquello que me hizo sentir merecedora de su amor. Sin embargo, él debe saber que pasaré el resto del tiempo que me quede a su lado para demostrarle que la lección fue de cátedra, y la grabé a fuego en esa piel que él tanto adoraba.
¿Recuerdan a Pastel? Aquél ser tan extraordinaria y justamente vilipendiado en el génesis de estas páginas – las que JAMÁS me perdonaré por haber eliminado. El asesinato que cometí hace un año contra Renata se llevó para siempre su chispa y su encanto en las letras-. Bueno, se ha convertido en el merecedor de todas las distinciones existentes y por inventar del Cordon Bleu, si es que esos señores tienen premios para los platillos más destacados de cada categoría.
El ser más despreciable que me ha tocado conocer se ha vuelto, además, indecente y ha dejado relucir muchos rasgos de una personalidad aterradoramente sicopática (escoba, podrían decir algunos) y me ha obligado a comprometerme con lo que no tengo para recuperar lo que me pertenece…
Sigo, al respecto, dando una batalla que nunca quise dar, para enfrentar una vida que no es la que sueño, pero que es la que estoy obligada a vivir. Si lo más negro de mi personalidad ha salido a relucir en estos años, se lo deberé eternamente a él.
Necesito una reprogramación de mi mente y de mis sentimientos, que me permita encontrar un nuevo rumbo en este camino que ya no quiero seguir andando.
Hace tiempo, una bruja me dijo que lo mío en esta tierra era construir y que por eso me costaba tanto trabajo desandar, desarmar, recoger mis redes para empezar de nuevo. Con cada nuevo comienzo, avivo la esperanza de que sea el último, aunque esté empeñada en mantener mi situación actual como meramente transitoria, antes de que mi alma muera de desolación.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Sólo puedo decirte que no soy el único que te necesita y te quiere. Yo que tengo más de un tercio de tu vida, a tú haber, y con ese carácter que nos identifica, creo que en más de alguna oportunidad, inconcientemente he destruido, pero otras veces, las más diría yo, he construido y con la experiencia de vida, te puedo decir, a ciencia cierta, que los grandes desafíos, los grandes sacrificios, en conciencia - conciencia, son los que más duelen y cuestan, ¿cómo no podría yo estar decepcionado de la vida y haber y haberme destruido permanentemente? aún así a mi manera he sabido salir adelante con caídas que me han dejado marcas, indelebles, tanto en mi espíritu como en mi físico. Pero también aprendí que de los errores se obtienen lecciones, que no existe la perfección, pero sí la búsqueda constante de ella y a mis años todavía es una lejana luz en mi camino.

Te quiero y no sabes cuanto.

Renata dijo...

Sí sé cuánto me quieres y no sería yo si no hiciera también de eso un drama, como al parecer todo acontece en mi vida. Asumo que este carácter apasionado -que no sé de quién es herencia...- me lleva de cuasi ángel a demonio con extrema facilidad (y velocidad).
Yo también te quiero y quiero volver a decírtelo en un abrazo de quinceañera consolada en sus penas de amor