domingo, junio 24, 2007

Veintitantos años después...


Todas íbamos a ser reinas,
de cuatro reinos sobre el mar:
Rosalía con Efigenia
y Lucila con Soledad.


En el valle de Elqui, ceñido
de cien montañas o de más,
que como ofrendas o tributos
arden en rojo y azafrán.


Lo decíamos embriagadas,
y lo tuvimos por verdad,
que seríamos todas reinas
y llegaríamos al mar.


Con las trenzas de los siete años,
y batas claras de percal,
persiguiendo tordos huidos
en la sombra del higueral.


De los cuatro reinos, decíamos,
indudables como el Korán,
que por grandes y por cabales
alcanzarían hasta el mar.


Cuatro esposos desposarían,
por el tiempo de desposar,
y eran reyes y cantadores
como David, rey de Judá.


Y de ser grandes nuestros reinos,
ellos tendrían, sin faltar,
mares verdes, mares de algas,
y el ave loca del faisán.


Y de tener todos los frutos,
árbol de leche, árbol del pan,
el guayacán no cortaríamos
ni morderíamos metal.


Todas íbamos a ser reinas,
y de verídico reinar;
pero ninguna ha sido reina
ni en Arauco ni en Copán...


Rosalía besó marino
ya desposado con el mar,
y al besador, en las Guaitecas,
se lo comió la tempestad.


Soledad crió siete hermanos
y su sangre dejó en su pan,
y sus ojos quedaron negros
de no haber visto nunca el mar.


En las viñas de Montegrande,
con su puro seno candeal,
mece los hijos de otras reinas
y los suyos nunca-jamás.


Efigenia cruzó extranjero
en las rutas, y sin hablar,
le siguió, sin saberle nombre,
porque el hombre parece el mar.


Y Lucila, que hablaba a río,
a montaña y cañaveral,
en las lunas de la locura
recibió reino de verdad.


En las nubes contó diez hijos
y en los salares su reinar,
en los ríos ha visto esposos
y su manto en la tempestad.


Pero en el valle de Elqui, donde
son cien montañas o son más,
cantan las otras que vinieron
y las que vienen cantarán:


-"En la tierra seremos reinas,
y de verídico reinar,
y siendo grandes nuestros reinos,
llegaremos todas al mar."

Gabriela Mistral

miércoles, junio 20, 2007

El viaje



Mi Caballero Andante partió de viaje. Hace algunos meses, alentado por un buen amigo, se decidió a hacer acopio de su equipaje y partir a aquél lugar donde todos debemos llegar alguna vez en nuestras vidas.
Confuso, al principio, no podía siquiera vislumbrar el camino, pero hoy ya reconoce su ruta. A veces lo he instigado yo, anticipándole los paisajes que encontrará, pero lo importante es que, aunque desconocidos, él ya quiere conocerlos.
No se cuándo terminará su periplo, no se siquiera si volverá o si nos encontraremos cuando llegue el final, pero estoy feliz tan solo porque se atrevió a emprenderlo y porque se que cuando llegue a su meta será aún más grande y hermoso

martes, junio 12, 2007

Soberbia



Qué difícil lidiar cada día con la tendencia a creer que nadie es capaz de hacer las cosas como una... por lo menos en lo que a los detalles de la vida se refiere. Porfiada como soy, además, me cuesta aceptar los consejos de quienes tienen otra visión. Generalmente creo que mi camino es el correcto. Y qué placer cuando los hechos me dan la razón.
Sin embargo, toda esa soberbia no me alcanza para creerme todavía la guinda de la torta. Hay quienes han intentado hacerme sentir así y lo agradezco de todo corazón, pero, a la larga, termino insistiendo que no me gusta que me mientan.
En casi todas las listas, la soberbia es considerada como el original y más serio de los Siete Pecados Capitales, y de hecho, es también la principal fuente de la que derivan los otros. Es identificado como un deseo por ser más importante o atractivo que los demás, fallando en halagar a los otros a pesar de que lo merezcan y mostrando un amor excesivo por uno mismo...
Qué impecable descripción de alguno que otro sujeto que conozco. En la historia de Lucifer, el orgullo es lo que causó su caída del Cielo y, como resultado, su transformación a Satanás. La vanidad y el narcisismo son grandes ejemplos de este rasgo de personalidad y yo, de Narciso, ya me cansé. Cuídate, pequeño.

viernes, junio 01, 2007

Gula


Que me perdonen los gorditos, pero si hay algo que me provoca un rechazo profundo es la obesidad. No hablo de tener unos kilitos más de lo que la talla de ropa que usamos aconseja, situación en la que he vivido muchas veces, sino de sobrepasar nuestro peso razonable a tal punto, que la humanidad, traducida en carnes blandas, se desborda.
Pocas cosas hay más desagradables para mí que ver comer a un obeso mórbido como si en eso se le fuera la vida, tenga diez, cincuenta o cien años. Qué espectáculo más patético observarlos devorar lo que les pongan en frente como si no les funcionara el cerebral detector de saciedad.
Es rico comer, lo reconozco, aunque algunos no lo crean, a mí me encanta, pero me basta con comer para satisfacer mi apetito o para darme el gusto de probar nuevos sabores: no tengo que comerme el cerdo entero si ya probé un par de chuletas...
Y creo que los "enfermos de gordos" me provocan este rechazo porque su falta de voluntad para poner límites se enfrenta con la mía y me deja en evidencia.
Es que me da pánico caer en la dinámica de algunos de los que viven a mi alrededor y llegar a convencerme de "lo mío es metabólico, porque yo como puras lechugas y pollo cocido". Un médico le dijo una vez a una señora, que calzaba perfectamente con este tipo, que recordara que vacas e hipopótamos son vegetarianos.
Nada más ridículo que, después de haber estado comiendo como para dos días seguidos, se quejen de malestar estomacal y aseguren que lo que les hizo mal fue el aliño de la ensalada. Nada más difícil de justificar muchos males del cuerpo sin considerar el esfuerzo que significa llevar a cuestas una masa fuera de toda proporción.
Hombre o mujer, niño o adulto, veo caminar frente a mí a esos pingüinos parlantes y todas las luces rojas de mis sistemas de alerta se encienden y recurren a cualquier artimaña para hacerme rechazar la comida.
Sin embargo, hay una condición en la que ése acto se convierte en un placer para mí y es comer con él. No importa que los platos sean iguales, él recibirá gustoso el bocado que le ofrezco con mis manos sólo para ver cómo clava sus pupilas océanas en las mías; no importa que la comida sea frugal o abundante, siempre encontraremos la forma de quedar ahítos. No importa siquiera que no lleguemos a comer, siempre nos habremos alimentado. Como dijo Eduardo Galeano, "Comer solo es una obligación del cuerpo. Contigo, es una misa y una risa".