lunes, septiembre 24, 2007

Hey, amigo


Ya sé que vine a este mundo a trabajar duro por los que quiero y por lo que necesito para ellos; ya he oído que esta vida es "un valle de lágrimas" y todo eso, pero ¿no podrías pedirle a tu Padre que me de un respiro?

martes, septiembre 11, 2007

Partir otra vez



Me "pidieron" amablemente que actualizara este intento de registro de mi vida conmigo y ¡sorpresa!, me di cuenta de que tenía dos borradores pendientes... Parece que en estos días no hay algo que pueda concretar, que pueda llevar a buen término o al término que sea.
Pensé escribir sobre la inminente (e maledetta) primavera, que se supone que me devuelve los colores a la piel y el aire a los pulmones, pero todavía no siento la tibieza suficiente como para sentirla cerca.
Pensé, también, en actualizar mi relato contando sobre el estado de mis relaciones con el nunca bien ponderado Pastel, de lo increíblemente azaroso de mi vida laboral o de mi inseguro intento de ir habitando un nuevo espacio, pensado como una invitación. Hasta pensé en escribir sobre el apretado nudo en la garganta que me provocó (y me provoca) la muerte de Pavarotti.
Sin embargo, nada de eso ha logrado inspirarme más de dos o tres líneas. En cambio, hay una idea que se ha ido apoderando potentemente de mis pensamientos, a partir de un análisis astrológic de la casa de mi nacimiento: Júpiter.
Así es, se supone que los nacidos en la casa de Júpiter llgamos a este planeta a construir, a levantar, a crear y, por eso, nos es tan difícil hacer lo contrario. La verdad es que la mujer que me lo dijo lo hizo con bastante más gracia y poesía, pero lo que me explicó, en concreto, que no sé terminar-desarmar-desandar historias, relaciones y situaciones ¡si hasta cambiarme de casa me duele!
Hace muchos, muchos años, más de los que quisiera, mi amor universitario me dijo que yo tenía el don de llegar a cualquier sitio y, en un momento, convertirlo en un hogar, por mínima habitación que fuera. Cualquier detalle, cualquier gesto, la forma de disponer las cosas en ella, la hacían vivible de una manera distinta.
Y creo que es porque en esas tareas pongo parte de mi corazón, como si siempre estuviera pensando en construir un nido que me contenga a mí y a los que amo.
Mi madre tuvo que morir para que yo dejara de sentir que mi hogar estaba donde ella vivía; recién ahí mi casa se convirtió en algo más para mí que sus paredes y techo, fue entonces cuando comenzó a convertirse en un hogar de verdad... y lo perdí.
Logré construirme otro, el más entrañable que he conocido y que me acogió durante todo el año pasado. En ese lugar, en Diego de Almagro Street, fui yo como nunca, con todas mis penas, complicaciones, pero más que nada con toda mi felicidad. Ahí viví, sufrí, lloré y amé como todas las mujeres juntas de este mundo, resumidas en la Magdalena.
De todos los desarraigos de mi vida ése ha sido el más doloroso, principalmente porque fue para llegar a ninguna parte. Mis cosas, mi vida, están repartidas en un montón de cajas, en bodegas oscuras, con un pedazo de mi alma.
Lo más triste de todo esto es que nadie entender la magnitud de esta pena, de esta vida que llevo, gitana obligada, cuando lo que más quiero y necesito es otro pedazo suelo que pueda llamar mío, para comenzar nuevamente a construir. No puedo ser la misma si me falta donde posar mis pies cansados a final de cada día, no puedo ser la misma si no tengo mi música para acompañarme cada minuto, ni los olores y sabores de mi cocina. No puedo ser la misma si no puedo disfrutar del caos de un clóset cuyo orden he postergado indefinidamente, para ocupar el tiempo que me tomaría en cosas mucho más gratificantes para el cuerpo y el espíritu. No puedo ser la misma si no tengo un lugar donde recibir a mis amigos y a los amigos de mis hijos, para sentir que la vida puede llenarse de risas.
Ha llegado nuevamente para mí un momento de desandar, de desatar lo que creía atado, pero esta vez tengo una ventaja respecto de las anteriores: ya he aprendido que hay ocasiones en que, por duro que sea, es mejor rendirse a las evidencias y soltar, soltar, dejar partir a todo lo que, de todas maneras, no estaba llamado a pertenecerme.