lunes, diciembre 31, 2007

Adiós, viejo


Espero que el próximo me haga llorar menos y reír más.

viernes, diciembre 28, 2007

Mejoras


Ayer me enteré de esa noticia que venía temiendo hace más de seis, años, la que yo creía que sería el peor golpe que podría recibir y que me liquidaría definitivamente, y con agravantes insospechadas. Pero contta todos mis pronósticos (y quizá los de quienes me conocen), no enloquecí, no me arranqué los cabellos, no sentí que mi vida había llegado a su fin...
Todavía estoy tratando de asimilar la noticia pero, más que nada, para poder definir los sentimientos que me desata este hallazgo.
Lo positivo, el aprendizaje, es corroborar que estoy curada de mi dependencia inexplicable de un ser maligno, que me perjudicó por años por acción o por omisión.
Su vida ya no me interesa, lo que haga y deshaga en ella me tiene absolutamente sin cuidado y, salvo por pequeños detalles prosaicos, ya no existe más para mí.
Y pobre del que me diga que es preferible tener una buena relación, por el interés superior de los hijos, si lo conocieran, sabrían que eso, además de no ser cierto, es imposible

martes, diciembre 25, 2007

Y éste es de puro regalo...

(Especialmente para Él)

Recuerdo haber visto este capítulo de Abbott y Costello cuando era re chica y la tele era, efectivamente en blanco y negro. No era capítulo de estreno, por si algún malicioso está pensando en eso, pero era la época en que el canal 11 (que en esa época debe haber sido 9) pasaba estas series cada tarde de sábado. Como toda la vida me han gustado los clásicos (ahí debe haber radicado buena parte de mis problemas de adaptación en el colegio), no me las perdía.
Gracias a otros nostálgicos como yo, ahora puedo mostrárselo a mis críos y enseñarles a reírse con su propio ingenio.



Y como es un regalo, aquí encontrarán la transcripción...

http://www.phoenix5.org/humor/WhoOnFirstTEXT.html

Para cuando se extraña a la madre (como en esta Navidad)

miércoles, diciembre 19, 2007

Sabia (rescatado)


Cásate con un arqueólogo. Cuanto más vieja te hagas, más encantadora te encontrará.
Ágatha Christie

sábado, diciembre 15, 2007

El Juicio (Primera Parte)


No era yo la que estaba allí. No era de mi vida de lo que se trataba todo eso. Había abogados (cuatro), jueces (una), consejeros técnicos (una), secretarias técnicas (una), estrados, banquillos, mesas, plantas, tantas plantas, y un árbol de pascua.
Era extraño el contraste entre lo que era en realidad ese lugar y lo que querían hacerlo parecer las mujeres que día a día lo ocupan. De acogedor no tiene nada, a pesar de las plantas y el árbol de pascua. De frío, severo e impersonal, todo.
Ahí se hablaba de quién era yo, qué hacía yo, que quería yo; de cómo llegué a estar sentada frente a esas personas tan ajenas a mí. Todos ellos.
Me senté tratando de parecer más tranquila e indiferente de lo que realmente estaba. La recomendación era no escuchar, para que ni un solo músculo de mi cara dejara traslucir lo que estaba sintiendo, pero no podía sustraerme a la curiosidad de averiguar qué tipo de personaje iban a inventar para describirme y me mantuve atenta a ver en qué minuto me salían la cola y los cachos.
Mi vida, mis afectos, expuestos como datos, como hechos despreciables o, al menos, cuestionables, por “la parte” que la compartió conmigo.
Afirmaciones que daban risa, por no dejarme ganar por la pena, me parecieron los manotazos desesperados por un náufrago que se estaba ahogando justo frente a mí, que hacía gala de una dignidad a toda prueba.
Se notó. Alzó la voz e interrumpió a quien presidía la audiencia, como es su costumbre cuando empieza a enfurecerse, logrando sacar de sus casillas a la jueza.
Un buen triunfo, según los que hablaban por mí. Todo un fracaso, según yo, por el sólo hecho de haber tenido que sentarme en ese tribunal.

miércoles, diciembre 12, 2007

Hermosa...


Feliz cumpleaños, desde donde quiera que nos estés acompañando.

martes, diciembre 11, 2007

¿Por qué?

domingo, diciembre 09, 2007

Liegera de equipaje


Casi por tres meses, mi humanidad descansó en dos distintos lugares. En uno estaban mis cosas, mi ropa, a veces mis hijos, mi deber, y en el otro estaban mi cama y mi corazón.
Solía transitar cada día con una mochila roja, cargada con lo que me resultara necesario para levantarme a la mañana siguiente; me sentía como un caracol, no importaba dónde me encontrara la noche, tenía conmigo lo indispensable para moverme y me daba cuenta de que, en realidad, necesito para vivir mucho menos de lo que tengo y me empeño en conservar.
Mientras estaba en el primero de los dos lugares, que es el que habito ahora, me dedicaba a poner orden a una historia de más de ochenta años acumulando y guardando cosas “por si sirven”. Hoy, que es evidente que su dueña no las precisará más, acometo la triste tarea de deshacerme de ellas.
Boto zapatos, carteras y vestidos que alguna vez fueron orgullosamente lucidos.
Boto revistas, papeles y notas que alguna vez tuvieron sentido.
Boto tazas, platos y ollas hace mucho tiempo inservibles, pero que como fueron fruto de algún sacrificio era difícil darlos de baja como basura.
Boto fragmentos de esa historia, que tiene que ver con la mía y que me regala lecciones importantes cuando yo estoy en la mitad de su camino.
No quiero que a mis ochenta años alguien venga, sangre de mi sangre, a determinar qué me sirve y qué no; qué podré volver a usar y qué ya no tiene sentido ser conservado y por eso empiezo a deshacerme de lo que no me es indispensable.
Aprendo, en este ejercicio, que no es tan difícil renunciar a tantas cosas, si sólo se cuenta con determinación, se aprietan los dientes y se cierran los ojos para no caer en la tentación del arrepentimiento. Así, voy aligerando mi equipaje, para que en el momento de partir nuevamente el tránsito sea más fluido, más rápido.
Lo mismo voy haciendo con mis afectos. Repaso distintos pasajes de mi vida y advierto cómo me he ido aferrando a personas, situaciones y emociones que necesariamente debían pasar, que debía dejar atrás. Advierto, también, cómo me desgasté y perdí energía preciosa en recuperarme cuando me daba cuenta de que se trataba de historias pasadas.
Por eso ahora trato de no aferrarme, aunque se trata de una tarea contraria a mi esencia. Alguien me dijo hace poco que yo vine a esta vida a construir y que por eso me es tan difícil terminar, cerrar capítulos, embalar casas, botar agendas viejas.
Por eso mi manía de leer una y otra vez las cartas antiguas, donde todo hablaba de un tiempo de crear futuro.
Hoy, dos años después, puedo darme cuenta de cómo ese plan se frustró antes de ser una posibilidad real. Creímos que era porque no habíamos resuelto ciertas circunstancias básicas y después de resignarnos por un tiempo a eso, volvimos a empeñar nuestras fuerzas y nuestros sueños en lo que suponíamos era nuestro destino. Sin embargo, no fue suficiente. Teníamos las condiciones que pensamos serían la solución a nuestros problemas y llegaron otros que no habíamos considerado. Fuimos perdiendo esa complicidad de las cosas sencillas y de las especiales para preocuparnos de los problemas de verdad, los que importan, y nos fuimos tornando desconocidos.
Yo creía que lo hacía feliz con lo que podía darle, tratando de rescatar el espíritu de lo que había sido -pero al revés- y él callaba y se iba ensombreciendo y apagando hasta el punto de que hoy me cuesta descubrir en su rostro a mi amado.
Hoy desespero por darnos tranquilidad y, a él, la oportunidad de encontrar lo que lleva siglos buscando y que yo no supe regalarle.
Así hago nuestro equipaje más ligero, para estar cada vez mejor preparados para partir. A cualquier lugar. En cualquier momento.

domingo, diciembre 02, 2007

La felicidad, como la fama, es emífera



Estoy pasando por un momento de profunda nostalgia por todo lo que he perdido y recurro, para sentirme más miserable aún, a mis archivos escritos de mejores épocas.
Comienzo el ejercicio –y me quedo pegada ahí- en lo que era mi vida hace justo dos años. Tenía entonces un trabajo que adoraba, un precioso departamento que era mi hogar, mis hijos vivían felices con su hasta entonces decente padre y yo me rendía lentamente al amor del hombre más exquisito que he conocido en este mundo. Era feliz.
Sin embargo, no fui lo suficientemente adulta como para conservar esa felicidad. Perdí mi trabajo, tuve que dejar mi departamento y he estado constantemente haciendo méritos para perder al hombre que amo.
Idiotizada por el interés que desperté en ciertos especimenes difíciles de catalogar, me dejé seducir y lo dañé, dañándome, de paso, a mí misma. Falté a mi propósito de cuidarlo por quienes ni siquiera valían la pena el riesgo, que ningún cheque en blanco sería capaz de cubrir.
Me aferré a un personaje lastimero que me mantuvo atada a su afecto por la compasión, al que insistí en defender, en desmedro de los sentimientos de mi Caballero Andante -que no es otro que mi gato- porque creía que era una buena persona. He buscado – y encontrado- muchas excusas para mi comportamiento, pero ninguna la logrado hacerme sentir menos miserable. Confundí mis lealtades subestimando los efectos y le fui robando el encanto de su inocencia, principal virtud que me hizo enamorarme de él.
Le he hecho más daño del que debía soportar y sigo pidiéndole que crea en mí, con mi línea de crédito de confianza absolutamente sobregirada. Además de los intereses, he debido pagar con que no se me crea una sola palabra cuando digo la absoluta verdad.
Recientemente, y por un hecho que desearía que tanto él como yo pudiéramos olvidar, comprendí de una sola vez que era imposible pedirle más amor y paciencia a mi amado, sólo porque me puse en sus zapatos. Violé su privacidad de la misma forma que detestaba que hiciera con la mía, porque una nefasta corazonada me impelió a hacerlo, e intervine en su mundo particular.
Me he convertido en este proceso en todo lo que desprecio y sé que ya no puedo volver atrás para recuperar aquello que me hizo sentir merecedora de su amor. Sin embargo, él debe saber que pasaré el resto del tiempo que me quede a su lado para demostrarle que la lección fue de cátedra, y la grabé a fuego en esa piel que él tanto adoraba.
¿Recuerdan a Pastel? Aquél ser tan extraordinaria y justamente vilipendiado en el génesis de estas páginas – las que JAMÁS me perdonaré por haber eliminado. El asesinato que cometí hace un año contra Renata se llevó para siempre su chispa y su encanto en las letras-. Bueno, se ha convertido en el merecedor de todas las distinciones existentes y por inventar del Cordon Bleu, si es que esos señores tienen premios para los platillos más destacados de cada categoría.
El ser más despreciable que me ha tocado conocer se ha vuelto, además, indecente y ha dejado relucir muchos rasgos de una personalidad aterradoramente sicopática (escoba, podrían decir algunos) y me ha obligado a comprometerme con lo que no tengo para recuperar lo que me pertenece…
Sigo, al respecto, dando una batalla que nunca quise dar, para enfrentar una vida que no es la que sueño, pero que es la que estoy obligada a vivir. Si lo más negro de mi personalidad ha salido a relucir en estos años, se lo deberé eternamente a él.
Necesito una reprogramación de mi mente y de mis sentimientos, que me permita encontrar un nuevo rumbo en este camino que ya no quiero seguir andando.
Hace tiempo, una bruja me dijo que lo mío en esta tierra era construir y que por eso me costaba tanto trabajo desandar, desarmar, recoger mis redes para empezar de nuevo. Con cada nuevo comienzo, avivo la esperanza de que sea el último, aunque esté empeñada en mantener mi situación actual como meramente transitoria, antes de que mi alma muera de desolación.

Sabiduría popular