domingo, abril 27, 2008

Tareas...


Cuando a los chinos se les ocurrió eso de que en la vida había que plantar un hijo, escribir un árbol y tener un libro, ¿habrán pensado en validar algún día la alternativa del blog?

viernes, abril 25, 2008

El Reino de Dios


Me declaro católica, voy a misa (casi) todos los domingos, hasta me confieso de vez en cuando y trato de no andar pelando en público a los curas pedófilos, pero nunca he estado tan cerca del cielo como mi Mexxe del alma, con su talentosa pupila.

Diez puntos menos por reconocerlo...

miércoles, abril 16, 2008

Bueno, ella es sicóloga...


APRENDER A PERDONAR
Neva Milicic

En muchas ocasiones, en el transcurso de nuestra vida, habrá personas que actuarán en forma que estimaremos poco justa con nosotros, o que cometerán errores voluntaria o involuntariamente, que nos causarán daños de diversa magnitud. Posiblemente también habrá personas que pasarán por encima de nuestros derechos. Y ciertamente es normal y deseable reaccionar a estas situaciones. Pero quedarse pegado en ellas es dañino para la estabilidad emocional y para las relaciones que se establecen con el mundo externo.

Hay que aprender a perdonar, no sólo por el bien de los otros que son los eventuales agresores, sino que por el bienestar personal, ya que es muy desgastante y desenergizante acumular resentimientos. Quedarse “pegado” en estos temas no favorece el crecimiento personal. No necesariamente hay que olvidar lo sucedido, pero no hacer que esa rabia que produce la injusticia o el daño recibido, se transforme en el único motivo de vida o en una preocupación central que nos disminuya la alegría de vivir. Cuando el daño recibido es muy grande, a veces hay que aprender a vivir con ello. En la medida de lo posible es deseable aclarar con la persona que le ha hecho daño lo sucedido y ver cuáles son las reparaciones posibles.

Perdonar no es dejar impune las faltas cometidas sino que aceptar las disculpas y escuchar las razones de la persona que nos hirió o nos produjo el daño. Si la ofensa no es muy grave, dar vuelta la página y ver que se aprendió de esa experiencia, puede ser un mecanismo reparador. Reconocer que habrá muchas ocasiones que también nosotros vamos a tener que ser perdonados, nos hará más tolerantes ya que los errores son parte de la vida. Por lo tanto cuando un niño aprende a asumir una actitud de tolerancia y perdón, ello le permitirá reestructurar más rápido sus relaciones después de un conflicto.

Andrea, de 14 años, era una niñita muy inteligente y autoexigente, que hacía casi todas las cosas muy bien, pero tenía un defecto no menor, era muy intolerante a las fallas o equivocaciones de los demás. Si un amigo olvidaba llamarla para su cumpleaños, entraba en la lista negra. Si una amiga no llevaba el libro que le había prometido, se enfurecía y determinaba que no se podía confiar en ella.

Por supuesto esta característica de personalidad tuvo consecuencias negativas para ella porque se fue quedando sola y sus compañeras de curso se esforzaban en encontrar y en señalar los errores que Andrea pudiera haber cometido, cumpliéndose así lo que dice el refrán “Con la vara que juzgues seré juzgado”.

Los niños aprenden a perdonar, observando la actitud con que sus padres enfrentan los errores y las equivocaciones de sus hijos y de otras personas. Si ven en usted unos jueces implacables, descontrolados y que están constantemente echando en cara los errores cometidos con anterioridad, difícilmente podrán aprender a perdonar. Los padres no pueden ser como un fiscal despiadado. Frente a los errores de los hijos, es necesario entender por qué los cometieron y ayudarlos amorosa y esperanzadamente a encontrar el camino correcto de hacer las cosas.

Un niño que no es perdonado por sus padres difícilmente se perdonará a sí mismo y las personas que no aprenden a perdonarse pueden caer fácilmente en actitudes autodestructivas.

La capacidad de perdonar es un don, pero también puede aprenderse, y es un aprendizaje que sin duda hará que sus hijos sean mejores personas y sin duda más felices.

Publicado en la revista Ya, el 15 de abril de 2008 (parece que leyó mi blog...)

jueves, abril 10, 2008

Reflexiones sobre el perdón


Parece que fue el tema de la semana, al menos para mí. Comenzó con la lectura de una columna de revista femenina, acertadamente vilipendiada (la revista, no la columna), por mi lúcida amiga Mexxe en la que se hablaba sobre las bondades de pedirlo, para el ofensor, y de otorgarlo, para el ofendido.
Repasando mis experiencias al respecto no pude sino concluir que parece más fácil pedir perdón que darlo, porque cuando se pide perdón, se asume por una vez la humillación de reconocer la falta y después de eso sólo queda sentirse satisfecho por el gran paso dado.
Cuando se trata de brindarlo, aunque no sea solicitado, la cosa es más espinuda, porque supone un largo proceso de intentar comprender las acciones del otro, con una cuota inmensa de amor, caridad y generosidad. Perdonar es mucho más difícil que decir "te perdono"; implica sanar de verdad las heridas producidas por la falta hasta llegar al punto de que recordarlas ya no duela. Implica, también, no recurrir a sacar en cara el error en algún momento de ofuscación, para dejar en claro el daño que hemos recibido. Implica ser capaces de enfrentarnos a las personas y situaciones con la mente y el corazón sin resentimientos.
La segunda instancia se dio a propósito de la catequesis de mi benjamín, en la que la charla del iluminado jesuíta a cargo trataba sobre el sacramento de la Reconciliación, antiguamente conocido como la Confesión.
Con una oratoria que ya se quisiera cualquier candidato a algo, el "Lalo" nos explicaba sobre la gracia del perdón otorgado por Dios, a través del ministerio del sacerdocio, y otro sinnúmero de cosas sobre lo relativo del valor de la verdad y la necesidad de darle a nuestros jóvenes hijos argumentos válidos en los que sustentar su fe.
Lo mejor vino después, cuando debíamos reflexionar en grupo sobre el tema de la charla...
Cada uno de nosotros trataba de explicar su experiencia personal frente a la confesión. La más iluminada del grupo decía no entender cómo podíamos complicarnos tanto con eso, cuando la Gracia que se recibía al confesarse era un regalo inapreciable. Yo comía galletas y tomaba café, atragantada con las palabras que querían salir de mi boca. Callada como nunca, sólo atinaba a asentir o a negar con la cabeza cada vez que correspondía, mientras ella nos trataba como jiles por no darnos cuenta de lo fácil que era ir a confesarse y, a la salida, sentirse como guagüita recién nacida.
Lo que nunca pude decirle a mi amiga, lo que impidió que este año -como el ritual que sigo cada semana santa- pudiera confesarme, lo que quería contarle a todos sobre lo imposible para mí del tema, era que lo que la confesión supone es arrepentimiento por el "pecado" cometido y, sobre todo, ¡la intención de no volver a pecar!