lunes, agosto 11, 2008

Nanas y pies fríos


Mi amado pequeñito está enfermo; llevaba días quejándose de dolor de guatita y yo se lo atribuía al estrés de la situación de la otra mitad de su familia, porque va a hacer su Primera Comunión en pocos días o, simplemente, porque prefería quedarse en la casa, en lugar de ir al colegio.
Pero anoche me quedó claro que no era maña, estaba decaído y se quejaba como no suele hacerlo él, tan aperrado en esta vida.
Hice todo lo que mi intuición y mi experiencia maternal me indicaba, pero el dolor no cedía. Se acostó con dolor y seguía gimiendo y yo, desesperada, no sabía qué más podía hacer a esas horas de la noche, teniendo una idea del diagnóstico que resultó ser bastante acertada.
Pero antes de darme por vencida del todo, probé con esa medicina imponderable, que se transmite por instinto, que no se aprende en ningún manual ni te recomienda ningún médico: me acurruqué con él y empecé a cantarle SU canción de cuna, esa que lo acompaña desde que nació -cuando yo aún tenía voz- y que es distinta a las de sus hermanos.
Mientras tanto, él buscaba mis piernas con sus piecesitos helados, para calentárselos, para enredarse en su mamá, sentirla pegadita a él y, por fin, quedarse dormido.