lunes, mayo 14, 2007

Envidia


Empiezo a leer mi -apenas- cuarto libro de este año (cómo se nota que ya no viajo en micro, o en el metro pre Transantiago) y parto de una manera curiosa. Es mi primera obra de este autor y comencé por la segunda parte de sus memorias o, como él mismo les dice, sus antimemorias.
Me embarga una terrible mezcla de sensaciones que van desde el encantador descubrimiento de sus letras y una envidia que duele, duele en lo más hondo. ¿Por qué él sí y yo no?
Recuerdo mi infantil edad de los diez, e incluso de antes, cuando sentía, de verdad creía, que podía llegar a ser lo que yo quisiera. Desde la prima ballerina del ballet nacional hasta una física astronáutica, posibilidad que deseché cuando supe de mi escasa afinidad con las matemáticas.
Sin embargo, soñé con ser actriz, neurocirujana, historiadora, profesora, jueza... escritora.
Ahora, a mis treinta y diez (robándole la fórmula a un creativo Joaquín), no soy ninguna de esas Renatas que pensaba que podía ser. Es cierto, elegí un camino que me permitió acercarme a todos esos mundos pero como espectadora, no como protagonista, que es como prefiero vivir mi vida.
Siempre pensaba "hay tiempo", pero éste, traicionero, no avisa cuándo acelerará su paso y nos dejará mirando hacia atrás todas las cosas que se van perdiendo en el camino, sin que tengamos ya la posibilidad de recogerlas.
Me acuerdo de que mi primera afición por letras adultas, siendo yo una imberbe (ya no lo soy), era la columna "Civilice a su Hombre", de Isabel Allende en la setentera Paula.
Me fascinaba la capacidad de construir ideas originales con palabras comunes. En el fondo, sentir que ella podía escribir en lindo -o entretenido- lo mismo que se me podía ocurrir a mí (sí, damas y caballeros, a esa edad ya leía esas columnas con afán instructivo).
De ahí en adelante, cada vez que tomo el libro de una escritora, especialmente de las chilenas, los leo con el sabor amargo de la envidia en la boca. Es como si fuera un ejercicio de puro masoquismo: leerlas para sufrir.
Porque, reconozco, es posible que yo escriba tan impecablemente como ellas -editores mediante, me imagino-, algunas me dan náuseas con sus lugares comunes y efectos efectistas, pero la gran diferencia, la que merece todo mi respeto, es que se atrevieron a hacerlo.
Se atrevieron a dejar la mullida seguridad del "me encantaría escribir" y se lanzaron a la azarosa aventura de escribir, en concreto.
Capítulo aparte merecen los verdaderos maestros de las letras, lista particular que, en mi caso, encabezan los rusos. Frente a ellos, nada que decir, nada que reclamar, ni siquiera que envidiar. Ahí sólo existe la posibilidad de rendirse ante tamaña capacidad de crear esos monstruosamente complejos personales que hacen pensar que, gracias a Dios, una es de carne y hueso.

4 comentarios:

Mexxe dijo...

Buta que te hallo razón, cabra...

Callano dijo...

Nunca es tarde para atreverse Corazón Cobarde, no te juzgo, en este y en otros ambitos me siento como tú.

Creo que por eso, me a alagado tanto, los comentarios positivos que he recibido por mi escritura, creo que por eso he escrito tanto.

Nunca es tarde para comenzar, muchos artistas, han consumado sus mayores obras a edades de verdad avanzadas.

Ahí tienes a la Grand-Mere como ejemplo, tal vez no ha llegado a la altura de los rusos de ella, tal vez sí, pero te aseguro, que le ha hecho bien, te aseguro que es parte de su felicidad, de su realización.

Si te atreves, ya tienes a alguien a quien puedes considerar entre tus lectores e imagino que Mexxe me acompañará, entusiasta, a este grupo.

Anónimo dijo...

La columna se llamaba "Civilice a su Troglodita" y yo también la leía -cosa bien extraña- sin saber lo fácil que era convertirse en cavernario... Era cosa de esperar que pasaran lo años.

Renata dijo...

¡Sí, me acordaba, pero igual dudé de mi frágil memoria! Short term Dory