viernes, junio 01, 2007

Gula


Que me perdonen los gorditos, pero si hay algo que me provoca un rechazo profundo es la obesidad. No hablo de tener unos kilitos más de lo que la talla de ropa que usamos aconseja, situación en la que he vivido muchas veces, sino de sobrepasar nuestro peso razonable a tal punto, que la humanidad, traducida en carnes blandas, se desborda.
Pocas cosas hay más desagradables para mí que ver comer a un obeso mórbido como si en eso se le fuera la vida, tenga diez, cincuenta o cien años. Qué espectáculo más patético observarlos devorar lo que les pongan en frente como si no les funcionara el cerebral detector de saciedad.
Es rico comer, lo reconozco, aunque algunos no lo crean, a mí me encanta, pero me basta con comer para satisfacer mi apetito o para darme el gusto de probar nuevos sabores: no tengo que comerme el cerdo entero si ya probé un par de chuletas...
Y creo que los "enfermos de gordos" me provocan este rechazo porque su falta de voluntad para poner límites se enfrenta con la mía y me deja en evidencia.
Es que me da pánico caer en la dinámica de algunos de los que viven a mi alrededor y llegar a convencerme de "lo mío es metabólico, porque yo como puras lechugas y pollo cocido". Un médico le dijo una vez a una señora, que calzaba perfectamente con este tipo, que recordara que vacas e hipopótamos son vegetarianos.
Nada más ridículo que, después de haber estado comiendo como para dos días seguidos, se quejen de malestar estomacal y aseguren que lo que les hizo mal fue el aliño de la ensalada. Nada más difícil de justificar muchos males del cuerpo sin considerar el esfuerzo que significa llevar a cuestas una masa fuera de toda proporción.
Hombre o mujer, niño o adulto, veo caminar frente a mí a esos pingüinos parlantes y todas las luces rojas de mis sistemas de alerta se encienden y recurren a cualquier artimaña para hacerme rechazar la comida.
Sin embargo, hay una condición en la que ése acto se convierte en un placer para mí y es comer con él. No importa que los platos sean iguales, él recibirá gustoso el bocado que le ofrezco con mis manos sólo para ver cómo clava sus pupilas océanas en las mías; no importa que la comida sea frugal o abundante, siempre encontraremos la forma de quedar ahítos. No importa siquiera que no lleguemos a comer, siempre nos habremos alimentado. Como dijo Eduardo Galeano, "Comer solo es una obligación del cuerpo. Contigo, es una misa y una risa".

4 comentarios:

Anónimo dijo...

No sabes cómo empatizo con tus definiciones y sentimientos. La misma sensación de desagrado, la decadencia de un espectáculo patético y el rechazo viceral del que hablas me provocan los pobres sujetos que FUMAN.

Que manifestación más penosa de insensatez el llevarse esos cilindros de basura a la boca. Que estupidez más inútil y gratuìta protagonizan los pobres individuos que portan en sus humeantes y fétidos dedos, pasados a nicotina, aquel elemento que convierte en chimenea maloliente su boca y humanidad.

Que lamentable imaginar que su egoista sencación de agrado es a costa, normalmente, de arruinar el entorno que otros se ven obligados a compartir con su pestilente vicio.

Nada más ridículo y desquiciado que esos grupos de relegados, a los pies de edificios de oficinas, quienes arrancan de sus obligaciones cotidianas porque su voluntad no les permite un segundo más apartados de su desagradable costumbre de envenenarse el organismo.

Alguna vez fumar fue sinónimo de bohemia, de rebeldía y hasta de carácter... Pero ante la contundente evidencia de la tamaña estupidez que significa, para los demás, el placer culpable de algunos descerebrados, hoy sólo puede entenderse esta costumbre como una ineptitud, incapacidad, desconsideración y falta total de respeto hacia quienes rodean al pobre gil que gusta de exhibir su imbecilidad.

Por supuesto que todos fumamos alguna vez, como parte de la fase imberbe de explorar y experimentar propia de nuestra adolescencia, pero habiéndolo hecho con las mejores marcas de cigarrillos del mundo -las que fumaba el entonces vicioso de mi padre, quien me regalaba cajetillas completas- no pude descubrir otro argumento para seguir con esa horrible costumbre que no fuera buscar reafirmar mi identidad copiando lo que el resto hacía.

Puede que la identidad que desarrollé deje mucho que desear, pero no fue a costa de copiar o amoldarme a lo que me rodeaba. Y mucho menos fue a costa de obligar a soportar una fetidez gratuita a quienes me quieren y aceptan mi compañía.

Además, estaba saliendo de la adolescencia cuando me quedó muy claro el destino de quienes optan por semejante pelotudez... Antes de los 40 mi padre sufrió un infarto fulminante al miocardio, del que se salvó, pero sentenciando que simplemente le paso ¡¡¡POR HUEVON!!!

Renata dijo...

Acuso recibo. Lo único que puedo decir en mi defensa es que yo no empecé a fumar por imitar a nadie, me creía a salvo, sino por no haber aprendido a tiempo a manejar mis emociones.
El resto lo comparto plenamente contigo, muy a mi pesar.

Anónimo dijo...

Lo tuyo, definitivamente, tiene remedio... Mientras encuentres cómo y con quién manejar tus emociones, y cuides la posibilidad de hacerlo.

Callano dijo...

La verdad no se como puede haber gente que fuma tanto... :-)

Reciban todos ellos la cariñosa comprensión de quien vio el cigarro desde lejos durante años, evangelizó en su contra, luego (da lo mismo porque, siempre es por lo mismo), fumó durante dos años como el que más, hubo días en que fumé tanto que dudo existan personas que en un solo día hayan fumado tanto como yo esas semanas.

Reciban todos ellos mi cariñosa comprensión porque se lo que es fumar y recibir la crítica por hacerlo.

Reciban todos ellos mi cariñosa comprensión porque se lo difícil que es dejarlo, hice tres intentos serios en estos dos años con distintos grados de éxito, ahora lo logré, haciendo trampa, porque el método requiere poca determinación, siento por eso que tiene menos merito que otros métodos, pero contra tan espeluznante asedio, lo importantes es zafarse, no como te zafas.