domingo, marzo 23, 2008

Besos


Un amigo de mi hermano, músico como él, dijo una vez que el momento más sublime en una relación de pareja era el del primer beso. Nada de lo que viniera después, podría compararse a toda la emoción y la adrenalina sentida en el momento de rozar con los propios los labios de esa persona por largo tiempo anhelada, observada de lejos, aproximada primero con timidez y luego con decisión.
Yo no podría estar más de acuerdo, hago memoria de mis propios besos y recuerdo la incredulidad que sentí cada una de las tres veces que un beso cambió mi vida.
La primera de ellas, el 20 de noviembre de 1986, yo pensaba "esto no puede ser, no todavía", porque yo tenía elaborada toda una estrategia de acercamiento y conquista, que se fue a las pailas en aquél parque cuando él, jugando con las flores que se enredaban en mi pelo, me tomó por sorpresa y me besó.
Asustada, no me atrevía a mirarlo al día siguiente, por no saber si ese beso había sido lo mismo para mí que para él. Y si lo fue, durante los seis y medio siguientes años de mi vida.
Del segundo no recuerdo la fecha, pero fue por abril de 1993. A pesar de haberlo esperado por toda una década, o tal vez por lo mismo, me supo a algo de desilusión y torpeza, pero yo estaba determinada a que ese beso continuara en la historia que continuó, claro que no con el mismo desenlace.


El tercer beso está demasiado fresco en la memoria de mi mente y la de mis sentidos. Estuve veinte minutos pegada a un par de labios deliciosos, adictivos, perfectos.


Hay también un beso en mi vida que, sin haber sido precursor de historias típicas en estos casos, me acompaña hasta hoy con su sabor a mazapán...
Pero hay un beso reciente, muy reciente, que sin ser primero tuvo esa misma magia, tuvo el poder de hacerme sentir que no tenía los pies puestos sobre la tierra y dejarme el resto del día con un vacío enorme en la boca, el de sus labios. Fue un beso capaz de tenerme toda la tarde, y la noche, con un escalofrío pegado en la espalda, con la adrenalina atacando por sorpresa a cada rato.
Ese beso, igualmente inesperado, me tiene replanteándome aún sobre cuánto nos pueden sorprender aquellos a quienes creemos conocer.

No hay comentarios: